martes, 24 de febrero de 2015

Curar cicatrices

Cuando me operaron la primera vez,  no sabía a ciencia cierta a que me enfrentaba, ahora lo sé.  Mi cuerpo estará dolido, sin fuerzas por un buen rato y todo con la esperanza que eliminar una cicatriz, que está ahí en mi cuello, esperando ser removida y que es el símbolo del daño que a veces nos hacemos a nosotros mismos sin querer.  He esperado durante mucho tiempo esta cirugía solo espero que la vida me alcance para que se vaya al fin y me traiga nuevas experiencias. 




sábado, 21 de febrero de 2015

El discurso para tu boda



¿Qué sería del amor sin los testigos que dan cuenta de su existencia?







Buenos noches a todos espero que se la estén pasando muy bien, yo en lo personal estoy muy contento, porque mis amigos me han escogido para dedicarles unas palabras, en este día tan importante  y quisiera pedirles que levantarán su copa, con la bebida que más les guste, para que al  final de estas breves palabras podamos acompañar a los novios en algo que son dos  rituales de bodas, el brindis y romper las copas.


Quisiera empezar esta noche contándoles una historia que a mí en lo personal me gusta mucho, es un cuento muy antiguo, que contaban los sabios del desierto a todos los viajeros en sus caravanas que se preparaban para iniciar un largo viaje.


Había una vez, un hombre que estaba paseando en un bosque muy tranquilo, hasta que observo a un hermoso ciervo que se abalanzaba sobre los restos de un animal muerto, que había sido devorado por otros depredadores y que muy probablemente volverían a encontrarse con lo que habían dejado, intrigado el hombre siguió al pobre ciervo el cuál corría desesperado llevando un gran trozo de carne, cuando el ciervo al fin se detuvo imaginen la cara sorprendida del hombre, que lo contemplo dejando el trozo de carne a los pies de un león que estaba muy mal herido, y es que al verlo el hombre entendió que el ciervo lo estaba alimentando, lo cual era sorprendente pues los leones se alimentan de siervos para comer, y este le estaba salvando la vida, aún con el peligro de que el león despertará y lo pudiera matar.    El hombre regreso a ese lugar varios días y siempre vio la misma escena, el ciervo acercándole comida, agua… hasta que un día el hombre regreso a ese lugar y no los vio nunca más.  Este hombre se sentía muy solo, así que decidió salir al mundo a encontrar a su siervo, se sentó en medio de la calle, fingiendo que estaba muy mal herido, espero muchas horas hasta cansarse, y nadie llego a ayudarlo.  Lo mismo paso varias veces, hasta que el hombre se cansó y decidió levantarse, porque para colmo de males había empezado a llover, y entonces vio a un anciano que se caía en medio de un gran charco porque ni siquiera tenía zapatos  para sostenerse, en ese momento el hombre corrió a levantar al anciano y se dio cuenta de que había cometido un error, y había escogido ser el protagonista equivocado, para realmente acabar con su soledad y recibir amor, no necesitaba ser un león, sino  ser un siervo.


El amor es un descubrimiento, un milagro que no se la da a todo el mundo. En el que el dar y recibir son una misma cosa, personalmente me resulta difícil entender una vida juntos sin una historia como la que les acabo de contar y es que, cuando uno se detiene a mirar a las personas que como nuestros queridos novios unen sus vidas, es irresistible reconocer el milagro de las casualidades.  Encontrar una sonrisa que nos llena el alma, un abrazo del que no deseamos escapar y que nos transporta a una alegría que deseamos prolongar por siempre,  no son cosas fáciles de hallar  y menos si consideramos que somos miles y miles que a veces nos miramos sin siquiera notarnos. Levantemos nuestras copas queridos amigos,  por los novios.   Deseándoles una dicha que se prolongue por siempre.   Y qué cuando se rompan estas copas nos alcance a nosotros también. ¡Vivan por siempre los novios!

Carta de Despedida de Oliver Sacks



De mi propia vida

En el tiempo que me queda, tendré que arreglar mis cuentas con el mundo

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OLIVER SACKS
20 FEB 2015 - 17:00 CST


Hace un mes me encontraba bien de salud, incluso francamente bien. A mis 81 años, seguía nadando un kilómetro y medio cada día. Pero mi suerte tenía un límite: poco después me enteré de que tengo metástasis múltiples en el hígado. Hace nueve años me descubrieron en el ojo un tumor poco frecuente, un melanoma ocular. Aunque la radiación y el tratamiento de láser a los que me sometí para eliminarlo acabaron por dejarme ciego de ese ojo, es muy raro que ese tipo de tumor se reproduzca. Pues bien, yo pertenezco al desafortunado 2%.

Doy gracias por haber disfrutado de nueve años de buena salud y productividad desde el diagnóstico inicial, pero ha llegado el momento de enfrentarme de cerca a la muerte. Las metástasis ocupan un tercio de mi hígado, y, aunque se puede retrasar su avance, son un tipo de cáncer que no puede detenerse. De modo que debo decidir cómo vivir los meses que me quedan. Tengo que vivirlos de la manera más rica, intensa y productiva que pueda. Me sirven de estímulo las palabras de uno de mis filósofos favoritos, David Hume, que, al saber que estaba mortalmente enfermo, a los 65 años, escribió una breve autobiografía, en un solo día de abril de 1776. La tituló De mi propia vida.

“Imagino un rápido deterioro”, escribió. “Mi trastorno me ha producido muy poco dolor; y, lo que es aún más raro, a pesar de mi gran empeoramiento, mi ánimo no ha decaído ni por un instante. Poseo la misma pasión de siempre por el estudio y gozo igual de la compañía de otros”.

He tenido la inmensa suerte de vivir más allá de los 80 años, y esos 15 años más que los que vivió Hume han sido tan ricos en el trabajo como en el amor. En ese tiempo he publicado cinco libros y he terminado una autobiografía (bastante más larga que las breves páginas de Hume) que se publicará esta primavera; y tengo unos cuantos libros más casi terminados.

Hume continuaba: “Soy... un hombre de temperamento dócil, de genio controlado, de carácter abierto, sociable y alegre, capaz de sentir afecto pero poco dado al odio, y de gran moderación en todas mis pasiones”.

No puedo fingir que no tengo miedo. He amado y he sido amado

En este aspecto soy distinto de Hume. Si bien he tenido relaciones amorosas y amistades, y no tengo auténticos enemigos, no puedo decir (ni podría decirlo nadie que me conozca) que soy un hombre de temperamento dócil. Al contrario, soy una persona vehemente, de violentos entusiasmos y una absoluta falta de contención en todas mis pasiones.

Sin embargo, hay una frase en el ensayo de Hume con la que estoy especialmente de acuerdo: “Es difícil”, escribió, “sentir más desapego por la vida del que siento ahora”.

En los últimos días he podido ver mi vida igual que si la observara desde una gran altura, como una especie de paisaje, y con una percepción cada vez más profunda de la relación entre todas sus partes. Ahora bien, ello no significa que la dé por terminada.

Por el contrario, me siento increíblemente vivo, y deseo y espero, en el tiempo que me queda, estrechar mis amistades, despedirme de las personas a las que quiero, escribir más, viajar si tengo fuerza suficiente, adquirir nuevos niveles de comprensión y conocimiento.

Eso quiere decir que tendré que ser audaz, claro y directo, y tratar de arreglar mis cuentas con el mundo. Pero también dispondré de tiempo para divertirme (e incluso para hacer el tonto).


He sido un ser sensible, un animal pensante en este hermoso planeta

De pronto me siento centrado y clarividente. No tengo tiempo para nada que sea superfluo. Debo dar prioridad a mi trabajo, a mis amigos y a mí mismo. Voy a dejar de ver el informativo de televisión todas las noches. Voy a dejar de prestar atención a la política y los debates sobre el calentamiento global.

No es indiferencia sino distanciamiento; sigo estando muy preocupado por Oriente Próximo, el calentamiento global, las desigualdades crecientes, pero ya no son asunto mío; son cosa del futuro. Me alegro cuando conozco a jóvenes de talento, incluso al que me hizo la biopsia y diagnosticó mis metástasis. Tengo la sensación de que el futuro está en buenas manos.

Soy cada vez más consciente, desde hace unos 10 años, de las muertes que se producen entre mis contemporáneos. Mi generación está ya de salida, y cada fallecimiento lo he sentido como un desprendimiento, un desgarro de parte de mí mismo. Cuando hayamos desaparecido no habrá nadie como nosotros, pero, por supuesto, nunca hay nadie igual a otros. Cuando una persona muere, es imposible reemplazarla. Deja un agujero que no se puede llenar, porque el destino de cada ser humano —el destino genético y neural— es ser un individuo único, trazar su propio camino, vivir su propia vida, morir su propia muerte.

No puedo fingir que no tengo miedo. Pero el sentimiento que predomina en mí es la gratitud. He amado y he sido amado; he recibido mucho y he dado algo a cambio; he leído, y viajado, y pensado, y escrito. He tenido relación con el mundo, la especial relación de los escritores y los lectores.

Y, sobre todo, he sido un ser sensible, un animal pensante en este hermoso planeta, y eso, por sí solo, ha sido un enorme privilegio y una aventura.

Oliver Sacks, catedrático de Neurología en la Facultad de Medicina de la Universidad de Nueva York, es autor de numerosos libros, entre ellos Despertares y El hombre que confundió a su mujer con un sombrero.

© Oliver Sacks, 2015.

Este artículo se publicó originalmente en The New York Times.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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