Nada
abre más el corazón que la visita de los amigos en la
enfermedad.
Nada
es más noble y gentil que ver a una enfermera y un camillero velar
tu sueño...
Cuando
un cangrejo crece en tu interior y ya no te es posible alimentarlo...
El primero de Octubre de cada año, se festeja un aniversario más del
hospital del mismo nombre, ubicado en la colonia Lindavista en el
Distrito Federal. Creo que es una buena oportunidad para reflexionar
sobre las instituciones de seguridad social que a nivel federal operan en el
país y sobre todo las dedicadas a la salud, no intentaré aquí la
explicación estadística de la misma, pues en general cuando
se aprecia el Presupuesto de egresos que la federación da al sector salud
se observa una suma sorprendente -por insuficiente- si se compara con
otros rubros.
Tampoco haré una crítica profunda o una reflexión sociológica. Simplemente quiero hablar desde mi experiencia y hacer algunas anotaciones sobre lo que me ha parecido un fenómeno común en todo el proceso que he iniciado desde que encontraron un tumor ubicado en mi parótida derecha: el esfuerzo desesperado de la mayoría de los trabajadores del ISSSTE por ayudar a las personas.
Cuando se
habla de la ineficacia de los servicios que el estado ofrece a su población,
la explicación simplista pone siempre un dedo acusador en los empleados y
servidores públicos, casi nadie se atreve a ver que el diseño
institucional, la falta de presupuesto y la saturación de usuarios pesan
mucho más.
Médicos,
enfermeras, residentes, pasantes,
administrativos, incluidos policías y cuerpos de limpieza
(outsorsings) y seguramente muchos más hombres y mujeres, hacen
funcionar a una institución que se haya detenida en el tiempo y sumida en un
letargo que ni el incremento de la población, ni las demandantes exigencias que
la descentralización impone parecen cambiar. Los reglamentos, la máquinas
de escribir, los archivos de papel, los sellos de goma, siguen presentes y en
muchos casos pueden ser la diferencia entre morir y vivir, así es el ISSSTE que
nos tocó vivir y en muchos casos padecer.
Todo comenzó hace tres años, me hicieron una extracción dental y note un pequeño bulto en mi mandíbula no le di mucha importancia, pero en este último año todo cambio, de pronto empezó a crecer muy rápido, y cuando pensé, ya era de casi cuatro centímetros.
Así que decidí acudir al ISSSTE considerando todas las resistencias del caso, pues más de una persona me había advertido sobre lo pésimo del servicio y de lo temprano que había que llegar para obtener consulta. Sobra decir que nada de eso me sorprendió ya que mi casa se encuentra en el municipio más poblado de América Latina: Ecatepec.
Para lo que no estaba preparado, fue lo que vi con mis propios ojos: contemple a un policía corriendo y prendiendo las luces de toda la clínica, y abriendo la puerta a las 5.30 a.m., guiando a toda una multitud humana al interior y como si todos acudiéramos por primera vez nos deteníamos a preguntar por dónde ir y él con una sonrisa nos lo indicaba, vi filas y filas de hombres y mujeres avanzar a lo largo de las horas, pero siempre resolviendo los asuntos, vi a doctores que se afanaban para atender a una cantidad increíble de pacientes 40 en un sólo día. Vi ternura, compasión y amabilidad para los ancianos abandonados, para los enfermos crónicos, pero los efectos de la saturación también estaban ahí, generando conflictos, disputas y otros vicios.
Cuando a mí me atendieron siempre correspondieron a la sonrisa que les dirigí, fui canalizado a la clínica de especialidades dentales de Tlatelolco donde me dijeron que mi problema no era un simple diente sino que era un tumor, de ahí por error fui canalizado al Hospital 1° de Octubre, sin embargo quisiera decir, fue una fortuna llegar allí.
El doctor que me atendió y el personal administrativo dieron más prioridad a mi problema, que a cuestiones administrativas, incluso arriesgándose a incurrir en una falta. Es triste decirlo pero en las condiciones legales que rigen hoy en día a las instituciones, salvar una vida puede provocar un despido. Por ello no profundizaré en sus identidades o los hechos concretos que llevaron a cabo, pero solo diré que lo que hicieron me ayudó a sentirme apoyado en una situación que cada vez se volvía desesperada, y sobre todo a resolver un problema que cada día corría el peligro de volverse un cáncer maligno.
Fui operado el lunes pasado de un Adenoma
Pleomorfo de Parótida que según el doctor era del tamaño de una bola
de tenis, cuando desperté tenía una parálisis facial y
una herida de 16 centímetros, pero ahí estaba una enfermera
esperando a que despertara me informó que todo estaba bien, y me señaló
un drenador que estaba en mi cuerpo y las funciones que éste tenía.
A lo largo del día varias enfermeras llamaron 6 veces para que me dieran una cama. Ellas me alimentaron, me hicieron regresar a la vida, esa profesión que para mí era anónima en muchos sentidos, hoy veo que es algo hermoso pues después de estos procesos milagrosos, que la ciencia ha creado, y que si son aplicados con generosidad nos permiten reponer nuestras fuerzas cuando más frágiles estamos. Gracias a esas lindas personas que nos dedican sus noches.
Hoy estoy en casa reponiéndome y escribiendo sinceramente agradecido, para festejar el aniversario de ese hospital de donde pude salir y en el que podré llevar a cabo mi rehabilitación, ¡muchas felicidades hospital 1° de Octubre! Lo que he recibido de ustedes nunca lo olvidaré.
ñ.ñ
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