Todos
los textos que aparecen aquí se hallan unidos, en mi recuerdo a la
aceptación de una responsabilidad, al cumplimiento de un deber, a la conciencia
de un compromiso.
Desde
joven, tuve fe en la palabra empeñada para servir al hombre, en solidaridad con
los hombres. Y la vida fue generosa conmigo, pues me brindó la oportunidad de
manifestar esa fe, tratando de explicarme a mí mismo -y a los demás- la razón
de un programa, la necesidad de una obra, la urgencia de una función.
No
sé lo que en realidad las páginas de este libro sean para los lectores. Nada,
tal vez… En cambio, son, para mí las huellas de una existencia. Constituyen
parte esencial de mi biografía.
Siempre
que subí a una tribuna, en México o en la India, en Quitandinha o en Bogotá, en
París o en colombo, en el Cairo o en Nueva York, quise expresar simultáneamente
una verdad personal y un estímulo para que me oyesen.
Nunca
hablé para destruir. Como secretario de relaciones exteriores, anhelé
interpretar la voluntad mexicana, franqueando a los pueblos rutas mejores hacia
su colaboración efectiva en la libertad. Como secretario de Educación Pública,
me esforcé por captar y por difundir -hasta donde pude- la profunda verdad de
México. Y, como director general de la UNESCO, procuré inducir a los poderosos
al examen de sus obligaciones indeclinables frente a los débiles: los
desheredados de la historia, la geografía y de la cultura.
Hay
dos maneras de considerar una vida: por lo que logra y por lo que puso empeño
en lograr. Si el espectador se limita a calificar las realizaciones, deja en la
sombra toda un zona importante de la existencia, la del esfuerzo. De esa zona,
no es el éxito siempre ni la medida más justa ni la prueba más positiva.
Es
cierto, muchas ilusiones palidecieron y no pocas lámparas se apagaron. Sin
embargo, la luz de las que persisten continúa guiando mis pasos sobre el
camino. Y quedan, afortunadamente, millares de aulas donde centenares de miles
de niños atestiguan, con su presencia, que no todo lo que se pensó para ellos
se pensó en vano, y centenares de talleres y de laboratorios, donde muchos
jóvenes compatriotas se adiestran, por la práctica del trabajo o de la vida.
Estos
discursos podrán parecer a las nuevas generaciones un tanto lentos, insistentes
en demasía. Otras voces, más vigorosas, resonaran en lo porvenir. Pero al
autorizar su publicación me conforta una certidumbre, la de que ninguno
contiene nada que no revele mi amor a México y mi esperanza en la capacidad de
superación que es honor del hombre.
JAIME
TORRES BODET.
México,
D.F., octubre de 1965.
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