En todo
el mundo se reconoce a la educación secundaria como el nivel educativo más
conflictivo de todos los que conforman la educación básica (Ducoing, 2007)
y específicamente algunos han llamado a
la secundaria pública mexicana como el “hoyo negro del sistema educativo”.
Este
nivel nació vinculado, originalmente, a la escuela preparatoria y como parte
de la educación media, incluso durante muchos años fue llamada “educación media
básica”. Esta circunstancia histórica dejó huellas que aún persisten:
sobrecarga curricular, docentes especializados, desarticulación entre
materias, énfasis en la disciplina, control del estudiantado así como formas
específicas de organización escolar, las cuales forman parte de los rasgos de
identidad del nivel (Sandoval, 2005:14)
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Su
estructura se ha modificado con una gran lentitud desde su fundación (Miranda
& Reynoso,2006), por ejemplo con la Reforma integral a la Educación
Secundaria (RIES) se buscó que está
modificará sus prácticas pedagógicas e institucionales, las incongruencias
curriculares y la formación de los maestros (Zorrilla, 2004), como
lo demuestra el diagnóstico del documento
“Reforma Integral a la Educación Básica, Acciones para la articulación
curricular” (SEB, 2008) dichos propósitos no se habían alcanzado:
Lo
más llamativo es la falta de equidad en la enseñanza privada y la pública,
entre las zonas urbanas y urbano-marginales y rurales, y entre las
poblaciones no indígenas e indígenas.
Esa inequidad se manifiesta en la diferente preparación para el
ingreso a la escuela, en la desigual calidad de la enseñanza que se imparte,
en los escasos materiales educativos, y en la diversa preparación del
profesorado (SEB, 2008: 20)
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La
integración de la Secundaria a toda la educación básica, no debe soslayar que
este es un sistema creado para la formación y atención de adolescentes,
población que enfrenta varias transformaciones en un tramo de la vida donde se
busca el autoconocimiento y la proyección de una personalidad, que no acaba de
crecer al ritmo que muchas autoridades y otras profesiones ajenas a la docencia
desean. Y es que los adolescentes tienen
en este periodo por decirlo de manera sintética, el primer acercamiento a veces
violento con el mundo adulto. Si a esto
sumamos que la integración curricular llevada a cabo en 2011, de todos los
sistemas de la educación básica, no se
ha acompañado de un sistema de capacitación docente que la encause, podremos
comprender porque los problemas del sistema permanecen estáticos, aunque los
retos de una sociedad multicultural y conflictiva se agreguen todos los días.
La
adolescencia es una construcción
social y temporal que “(puede definirse) como el resultado de la
interacción de los procesos de desarrollo biológico, mental y social de las
personas, y de las tendencias socio-económicas y las influencias culturales
específicas” (Salazar Rojas, 1995:18), es una etapa de gran complejidad pues
entraña varios procesos que se complementan y que no sólo están regidos por los
cambios fisiológicos, sino que encarna importantes procesos de la mente; como
el egocentrismo ubicado por Peaget, como una incapacidad para ponerse en el lugar del otro, o la apropiación
de la identidad que definió Eriksson como una etapa donde a) se
llega a la conciencia de la propia identidad, b) Existe un empeño inconsciente
por constituir un estilo y una forma de ser personal, con un deseo de encontrar
una síntesis de equilibrio entre el yo y sus actuaciones c) se vive la búsqueda de la propia definición
mediante la vinculación social que se apoya en el desarrollo de un sentimiento
de solidaridad con las ideas del grupo por el que se siente representado
(Hernández y Sancho, 1993:157-160).
Aunque la
adolescencia tiene todas estas aristas que si bien son reconocidas y abordadas
desde hace un buen tiempo, una que empieza a cobrar cada vez más
importancia, es la parte afectiva y
emocional que se desarrolla juntó con la parte cognoscitiva y social, y que juntas actualmente se consideran parte
fundamental de la inteligencia:
De
todas las especies, el ser humano es el que más tarda en alcanzar la plena
madurez cerebral. Mientras cada área del cerebro se desarrolla a un ritmo
diferente durante la infancia, el
inicio de la pubertad marca una de las etapas más radicales de poda del
cerebro. Diversas áreas el cerebro que son críticas para la vida emocional se
encuentran entre las más lentas en madurar. Mientras las áreas sensorias
maduran durante la primera infancia y
el sistema límbico durante la
pubertad, los lóbulos frontales –sede del autodominio emocional, la
comprensión y la respuesta ingeniosa –continúan desarrollándose en la última
etapa de la adolescencia, hasta algún momento entre los dieciséis y los
dieciocho años de edad. Los hábitos
del manejo emocional que se repiten una y otra vez durante la infancia y la
adolescencia ayudarán a moldear este circuito (Goleman, 2000:262)
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Según
Ignacio Robles Garibay (2008) en el salón de clases se pueden identificar seis
indicadores para observar el desarrollo positivo de las emociones del adolescente:
1.
Haber clarificado y comenzado a realizar los proyectos de vida.
2.
Estar interesado en la identificación y el conocimiento de sus propias
emociones y de las demás emociones de los demás.
3.
Capacidad para resolver problemas tensos y enojosos.
4.
Manifestación de sentido del humor y de disfrute emocional de los momentos
agradables de la vida.
5.
En lo social deben darse o mostrarse distintos tipos de interacciones.
6.
En cuanto al tiempo de recreación; el adolescente logrará el mejor tipo de
desarrollo si busca esparcimiento en
alguna, o algunas, de las múltiples e inagotables manifestaciones de la
cultura (Robles Garibay, 2008:35).
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La
adolescencia como etapa de autoconocimiento, de proyección personal y de
consolidación de habilidades, tiene como agente socializador más importante a
la escuela ya que es el lugar donde se confluye y contrasta la cultura personal
y se choca con los padres y sus principios, así como la “adquisición de modelos
de prevención y anticipación ante conductas nocivas” (Salazar Rojas, 1995:23).
Esta
importancia a veces se refleja en un exceso de facultades por parte del estado
el cuál entre otras tareas suele asignar a dicha institución la misión de
coadyuvar a la disminución del ambiente
violento que muchas veces priva en la sociedad, fortalecer la democracia así
como encausar la formación de la identidad.
Cuando se habla de violencia se está definiendo un
evento de múltiples aristas y complicados rincones que tienen como limite al
otro y a uno mismo en ese complejo juego que es la interacción:
(…)
la violencia es y se realiza tanto como un proceso social subjetivo
(representaciones, significaciones sociales) y objetivo (comportamientos,
acciones) manifiesto (hechos) y latente (cultura y estructura), donde la
valoración emocional de sus efectos (visibles/invisibles) pasa a formar parte
del mismo proceso (Hernández, 2001:62)
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¿Cómo es
que una escuela puede favorecer la aparición y mantenimiento de la
violencia? Fanny Feldman Fine (2008) nos
dice que existe un acuerdo en considerar
que existe violencia cuando un individuo impone su fuerza, poder o
status en contra de otro, de manera que lo dañe, lo maltrate o abuse de su
dignidad ya sea física o psicológica, y en ese panorama existen factores
institucionales como las normas arbitrarias,
inconsistentes y poco claras que muchas veces intentan gestionar las
desavenencias de los alumnos, que pueden
expresarse en:
·
Confusión de valores
·
Fracaso escolar
·
Discrepancia entre los valores
culturales
·
Las dimensiones de la escuela
·
Actos disruptivos
·
Violencia física
·
Violencia verbal
·
Violencia psicológica
·
Vandalismo
·
Robo
·
Intrusión en la escuela de
individuos ajenos al centro educativo
Resolver
estas situaciones no es cuestión de un momento, o de acciones aisladas que
resuelven problemas accidentales,
entraña una serie de acciones que como dice Galtung (1998:103) “El momento de
empezar es siempre –el trabajo de paz no es trabajo a destajo- y el momento de
acabar es nunca. Como en la teoría de las enfermedades, no hay limite a la
prevención, ni a la rehabilitación”.
La
ciencia moderna piensa que a través del desarrollo de habilidades sociales
(Decodificación, decisión, ejecución, monitorización personal, estructuras
cognitivas) y competencias sociales
(Monjas, 1999) es posible mejorar la convivencia, un concepto que
engloba a la vez la definición de un espectro de respeto y tolerancia, como la
pretensión de un ambiente controlado y
positivo, donde es necesario reconocer que el trabajo en grupo es una variable
importante de considerar, ya que es ahí donde los alumnos ensayan las actitudes
sociales que más tarde tendrán sentido en su interacción social; en palabras de Andrea Molinari (1999). El grupo existe más allá de la suma de los
individuos que la integran “mientras transcurre el tiempo, el grupo va creando
una dinámica propia, una manera de vincularse y comunicarse. Esta
característica va determinando los lugares que cada miembro ocupa y así
conforma su estructura. En esta
conformación observamos alianzas, declaraciones de guerra, autoestima de todo
nivel, integrados y marginados” (Molinari, 1999:87).
Aprender
a interactuar con otros considerando todo lo expuesto, parece ser una cuestión
de vida o muerte, debido entre otras cosas al panorama violento que rodea a los
estudiantes en todos sus niveles, aunque
más allá de la funcionalidad, los documentos oficiales y social que esto implica, ¿qué significa
realmente aprender a convivir y como puede la escuela ayudar a construirla?
En el
plan y programas de estudio 2011 se nos
ofrecen las siguientes definiciones, donde la convivencia es:
a) la construcción
de relaciones interpersonales de respeto mutuo, de solución de
conflictos a través del diálogo, así como la educación de las emociones para formar personas capaces de interactuar con otros, de expresar su
afectividad, su identidad personal y, desarrollar su conciencia social. (SEP f,
2011:93).
b) “Es el conjunto de relaciones interpersonales
entre los miembros de una comunidad educativa y generan un determinado clima
escolar. Los valores, las formas de organización, los espacios de interacción
real o virtual, la manera de enfrentar los conflictos, la expresión de
emociones, el tipo de protección que se brinda al alumnado y otros aspectos
configuran en cada escuela un modo especial de convivir que influye en la
calidad de los aprendizajes, en la formación del alumnado y en el ambiente
escolar” (SEP g, 2011:95).
c) como eje “enfatiza el reto de aprender a vivir
juntos en un mundo diverso y pluricultural, así como el desarrollo de
capacidades sociales para interactuar con otras personas y enfrentar conflictos
por vías no violentas. Este eje se refiere también al derecho de todo ser
humano a formarse en un ambiente de paz, seguridad y equidad, en el que sea
tratado dignamente, con honestidad y respeto a su identidad. Aprender a
convivir implica generar procesos humanos en los que prevalezcan el aprecio a
la diversidad, la vivencia de la paz, el respeto a los derechos humanos, la
aplicación de los principios democráticos en la vida cotidiana. De esta manera,
los adolescentes podrán ser sensibles al mundo que les rodea y participar en
proyectos comunes y de mejoramiento de su entorno; desarrollar sus capacidades
para comprender a los demás e imaginar otras formas de pensar y afrontar el
futuro”. (SEP f, 2011:91).
Y
siguiendo a Ianni (2003), no solo basta un entrenamiento específico para
desarrollar la convivencia, más bien se
trata de mejorar la interacción cotidiana y la percepción que se construye de
la realidad, al respecto el autor nos dice “para aprender a convivir deben
cumplirse determinados procesos”:
·
Interactuar (intercambiar
acciones con otros).
·
Interrelacionarse (establecer
vínculos que implican reciprocidad).
·
Dialogar (Fundamentalmente
escuchar y hablar con otros).
·
Participar (actuar con otros).
·
Comprometerse (asumir
responsablemente las acciones de otros).
·
Compartir propuestas.
·
Discutir (intercambiar ideas y
opiniones diferentes con otros).
·
Acordar (encontrar los aspectos
comunes, implica pérdida y ganancia)
·
Reflexionar (volver sobre lo
actuado)
Igualmente un profesor debe tener la habilidad para
reconocer cuando un alumno necesita “instrucción inicial, refuerzo o práctica”, y
para ello es necesario distinguir si pueden completar una tarea con Seguridad -sin dañarse a sí mismo ni a otro-
2) aplomo -postura y dignidad, 3) Independencia -hacer tareas sin ayuda o
esperándola- 4)
Confianza-autoafirmación y comodidad- y 5) Forma tradicional -” (Huebner, 1990).
En el
Plan y programas de estudio 2011, se pide a los maestros de primaria, desde el
cuarto grado y a los de Historia a lo largo de la educación Secundaria, desarrollar la formación de la conciencia histórica para la convivencia, pero
lo primero que hay que diferenciar es que una cosa es la conciencia y otra la
conciencia histórica; así como comprender que entre la conciencia histórica
para la convivencia y la conciencia para la renovación social que tanto
necesitamos, se abre muchas veces un abismo difícil de cerrar.
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