¿Cómo son sus amigos queridos lectores? Me es imposible saberlo, pero les diré por experiencia propia que los caracteriza una cosa: que ellos los quieren y es sobre esto que giraría su descripción.
El viernes santo era para mí una tradición muy distinta a los ritos de la liturgia religiosa del culto católico, era el día en el que tres amigos y yo solíamos reunirnos, tomar toda la noche y amanecer en sábado de gloria un poco pasados de copas, pero riendo y festejando la alegría de estar vivos.
Pecados de juventud que se confesaban al caminar por las calles de la Zona Rosa, compartiendo teorías pedagógicas entre gritos y una discusión acalorada que terminaba con algunas lagrimas, pero con una amistad renovada se han ido en la distancia que generan los años, en el mundo que formamos con la pareja y que termina por expandir nuestra ruta, pero a un paso que no es el mismo que el de los amigos.
La amistad es un regalo que se nos da de la manera más curiosa, pues generalmente ocurre sin buscarla, y es producto de muchas casualidades, pues implica compartir muchas cosas, y eso no se da siempre, también implica dar tiempo, detalles, y muchas cosas que cobran sentido cuando aprendemos a madurar.
«Mis amigos empiezan a morir» es una expresión natural a cierta edad, al menos siempre lo pensé así, pero ahora comprendo que no hay nada normal en ello.
Ya no habrá más Viernes Santos para compartir contigo, porque el sábado de gloria se prolongará para siempre en mi corazón, tú ya estás con tu Dios en tu cielo, y vives en mí que no te olvido.
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