viernes, 30 de marzo de 2018

Viernes Santo

¿Cómo son sus amigos queridos lectores? Me es imposible saberlo, pero les diré por experiencia propia que los caracteriza una cosa: que ellos los quieren y es sobre esto que giraría su descripción. 




El viernes santo era para mí una tradición muy distinta a los ritos de la liturgia religiosa del culto católico, era el día en el que tres amigos y yo solíamos reunirnos, tomar toda la noche y amanecer en sábado de gloria un poco pasados de copas, pero riendo y festejando la alegría de estar vivos. 



Pecados de juventud, en los que caminar por las calles de la Zona Rosa compartiendo problemas y  teorías pedagógicas entre gritos y una discusión acalorada, que terminada con algunas lagrimas, pero con una amistad renovada se han ido,  en la distancia que generan los años, en el mundo que formamos con la pareja y que termina por expandir nuestra ruta, pero a un paso que no es el mismo que el de los amigos.  



La amistad es un regalo que se nos da de la manera más curiosa, pues generalmente ocurre sin buscarla, y es producto de muchas casualidades, pues implica compartir muchas cosas, y eso no se da siempre, también implica dar tiempo, detalles, y muchas cosas que recobran sentido cuando aprendemos a madurar. 





«Mis amigos empiezan a morir» es una expresión natural  a cierta edad, al menos siempre lo pensé así, pero ahora comprendo que no debería serlo nunca. 




Ya no habrá más Viernes Santos para compartir contigo porque te has adelantado, pero en mi corazón quedan nuestras risas y todo, todo lo pasado, descansa en paz amigo. 


miércoles, 28 de marzo de 2018

Para Roberto Ruiz Llanos con cariño

Texto para un fundador, así lo recuerdo...


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Cuando vi por primera la Unidad Pedagógica de Ecatepec (UPE) he de confesar que me sentí impresionado, no porque ese lugar tuviera una grandeza arquitectónica o fuera monumental,  en su construcción había algo que te hacía sentir cómodo, protegido...desde entonces me preguntó qué fue y sólo he podido encontrar situaciones contradictorias. ¿Eran sus arboles? ¿Tal vez el que no existían bardas? ¿El que las puertas nunca se cerraban en ese lugar al que asistían niños y hombres  recibir formación? ¿El que al parecer no existía uniforme? Todos parecían sonreír. 

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Cuando llegué por primera vez a cursar la preparatoria en ese lugar, otra vez me sorprendieron los arboles, pero es que ahora me di cuenta de que no eran tan grandes ni imponentes como yo pensaba. Más bien parecían guerreros, luchando contra un suelo desértico, solo en la Preparatoria y la Normal no se usaba uniforme mientras que en el Preescolar, la Primaria y la Secundaria Anexa este permanecía, aunque con algunas variantes de azul.   Si bien no existían muros, una malla metálica recorría ya muchas áreas, la sonrisa permanecía  y yo la hice propia, pues al igual que muchas personas sentía un genuino placer al volver cada día a un lugar donde el mejor de los aprendizajes que recibí, fue aprender a ser feliz. 

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Había oido hablar de Roberto Ruiz Llanos de muchas maneras pues como todos los hombres  está lleno de clarooscuros muchas veces el recuerdo mas nitido que tengo es el siguiente. Era una mañana de otoño, nos habían reunido a todos los consejeros para tratar un tema impotante. Pero esta vez la cosa era muy diferente a aquella ocasión en que los vidrios de nuestro edificio, y los salones apareciefon grafiteados y destruidos.  Y la respuesta del maestro Roberto fue pedir perdón.  No, aquella mañana había gente extraña en la escuela (o al menos eso me parecía a mi) que nunca los había visto. Había un ambiente de extraña solemnidad que eran algunas cosas que el maestro Roberto no soportaba, y   cuando menos lo esperaba ocurrió, el maestro Roberto anunció su retiro de la docencia al mismo tiempo que presentaba a su sucesor. Los ahí presentes reaccionaron de una manera indigna, muchos corrieron a felicitar a su sucesor incluso alguna persona deseosa de quedar bien con el que creía sería su nuevo jefe. Empujo al maestro Roberto para abrirse paso hacìa su nuevo jefe.  Yo me sentí contrariado, desde algunos días atrás, se había rumorado el retiro del maestro Roberto y muchos alumnos le habían expresado su respeto  y admiración.  Por paradojica que sea la vida aquel gesto de mezquindad colectiva, me permitió acercarme a él, y decirle lo mucho que lo admiraba, y que si alguna vez existió en mi vida alguna duda sobre la profesión a la que me dedicaría haberlo conocido me habría convencido de que ser maestro era a lo que quería dedicar mis esfuerzos. El solo me volteo a ver y dijo, gracias eso es lo que necesitaba, y salió del salón. Dos semanas después el maestro Roberto seguía en su oficina, pantalón de mezclilla, camisa a cuadros, la puerta abierta...El sucesor había desaparecido. 

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Inspiración pedagógica de muchos, el profesor Roberto Ruiz Llanos nos abandonó el 5 de septiembre de 2014. Aunque su sueño de que el autoritarismo se terminé en la educación mexicana siempre fue su principal obsesión, aún se encuentre lejos, es en ese anhelo en el que los ya no tan jóvenes maestros que pudimos conocerle, encontramos una meta, pues nos enseño que en cualquier lugar desértico, puede florecer la más bella de las flores y hacerse un jardín en el que jueguen los niños, descanse en paz... 

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Entendiendo a mi generación

¿Por qué las personas homosexuales que en el 2015 cumplieron 30 años son tan complicadas? Porqué aunque quisiera no puedo encontrar a mi alma gemela entre mis pares, bueno la respuesta creo que es más fácil encontrarla en el contexto.

La mía la generación homosexual de los 90´s fue la generación de la transición, a nosotros nos tocó cosechar, la lucha de generaciones previas: salir del closet más fácilmente, conquistar espacios públicos, aprovechar, generar y reconstruir la percepción que de la identidad sexual nuestra se tenía.

Muchos lo hicimos quizás no de la mejor manera, probablemente muchos tomamos el camino menos serio, el menos sabio, porque nos empeñamos en reproducir estereotipos, sin mirar quienes eramos realmente.

Lo común en mi generación no fue aprender a amar,  a lo sumo,  llegamos a aprender a convivir con nuestro odio interno, a negociar los significados de las relaciones, a jugar con los estereotipos de género, a perdernos en una sexualidad desenfrenada que miraba solo dos extremos del éxito: tener una pareja eterna y acostarte con todo lo que te rodeará.  

Tampoco lo fue abarrotar los antros de moda, ni vestir con ropa y lociones caras, pues muchas veces se tuvo que hacer liberándose de las ataduras de clase, lo cual implicó en muchos casos usar las ventajas del mercado, de aquel capitalismo neoliberal insipiente que nos ofrecía antros con las mejores canciones europeas y norteamericanas, en recintos donde los menores de edad y las clases sociales se podían mezclar en un ambiente relativamente tolerante. Drogas y prostitución, fueron algunas caras de los abusos. Todo eso cambio con las regulaciones legales,  se acabaron algunos peligros, pero surgieron otros, sobre todo los relacionados con el crimen organizado. 

En todo siempre hay matices y la salida del closet con valentía no siempre fue tal por temor al rechazo, en los casos más afortunados fue un murmullo que suplicaba con ternura recibir aceptación y protección.  En los más dramáticos resultó un grito que rompía la noche y acompañaba las pesadillas de los que tuvieron que abandonar la célula básica de la sociedad mexicana: la familia.

Quizás los más afortunados han sido siempre los que se han empeñado en mirarse a si mismos y simplemente existir; aquellos que simplemente decidieron no complicase la vida.

Hoy los jóvenes se miran diferentes,  y es que al caminar por la Ciudad de México y recordar lo que alguna vez fue el Distrito Federal,  no puedo evitar recordar la manera en la que yo tomaba de la mano  a mis novios.   No lo hacía ni por ternura, ni por demostrar amor, era simplemente como un gesto de rebeldía, quería demostrarles (a los homofóbicos)  que yo ahí estaba, que era gay y no me importaba lo que la gente dijera, que no tenía miedo, valores que muchos dirán eran muy importantes. Pero yo ahora pienso en la manera en la que los chicos se toman de la mano, no hay desafió en su mirada, no hay ese dolor que busca sobreponerse a todo, simplemente miras ternura, simplemente miras el placer de acompañarse, de acariciar con los dedos en un momento que debe prolongarse, ya no esta ese reto que acompañaba mi mirada.

Quizás nos empoderamos tanto que nos olvidamos del otro, un sentimiento muy lejano al de los que nos antecedieron y los que nos precedieron.

Los que nos antecedieron buscaron tanto al otro que rompieron los espacios y las barreras sociales hoy amuralladas más que nunca por la desigualdad social que destruye al país entero. Los que nos precedieron están construyendo relaciones que muchas veces no comprendemos y que coquetean con modelos pasados de moda,  pero que son mucho más honestos que los nuestros.  Espero en los próximos años nos movamos hacía un sentimiento de comunidad que solo han aprendido los que sustituyeron a su familia por una red de apoyo.   


El regreso del exsecretario

En el último sexenio ha cobrado especial importancia la figura de algunos diputados y senadores que abanderan ideas liberales y dicen de man...