viernes, 30 de marzo de 2018

Viernes Santo

¿Cómo son sus amigos queridos lectores? Me es imposible saberlo, pero les diré por experiencia propia que los caracteriza una cosa: que ellos los quieren y es sobre esto que giraría su descripción. 




El viernes santo era para mí una tradición muy distinta a los ritos de la liturgia religiosa del culto católico, era el día en el que tres amigos y yo solíamos reunirnos, tomar toda la noche y amanecer en sábado de gloria un poco pasados de copas, pero riendo y festejando la alegría de estar vivos. 



Pecados de juventud, en los que caminar por las calles de la Zona Rosa compartiendo problemas y  teorías pedagógicas entre gritos y una discusión acalorada, que terminada con algunas lagrimas, pero con una amistad renovada se han ido,  en la distancia que generan los años, en el mundo que formamos con la pareja y que termina por expandir nuestra ruta, pero a un paso que no es el mismo que el de los amigos.  



La amistad es un regalo que se nos da de la manera más curiosa, pues generalmente ocurre sin buscarla, y es producto de muchas casualidades, pues implica compartir muchas cosas, y eso no se da siempre, también implica dar tiempo, detalles, y muchas cosas que recobran sentido cuando aprendemos a madurar. 





«Mis amigos empiezan a morir» es una expresión natural  a cierta edad, al menos siempre lo pensé así, pero ahora comprendo que no debería serlo nunca. 




Ya no habrá más Viernes Santos para compartir contigo porque te has adelantado, pero en mi corazón quedan nuestras risas y todo, todo lo pasado, descansa en paz amigo. 


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