domingo, 9 de agosto de 2020

La fuerza Moral del presidente y otros fetiches

La COVID 19 encontró un país dividido, con un sistema de salud publica debilitado,  pequeño y sin recursos; una población promedio con escolaridad de secundaria incompleta,  enferma de diabetes, dominada por la economía informal, machista y violenta, donde el prejuicio, un enemigo peligroso,  se alimenta constantemente de una opinión publica que entiende todas las virtudes del mundo moderno,  menos la responsabilidad y la autocrítica. 


Debe ser la influencia del "Big Brother"


Debe ser la influencia del "Big Brother",  me repito cada vez que escucho una palabra altisonante en la pantalla, no se trata del personaje creado por George Orwell en "1984", se trata del reallyty Show que a comienzos del nuevo milenio  transmitió el primer "wuey" en televisión pública mexicana en horario donde aún los niños y adolescentes estaban despiertos.  Desde ese mítico momento, los contenidos de la televisión y sus diálogos han caído en una degradación paulatina,  sin control y solo explicable por la necesidad de contactar con un público que no busca contenidos muy elaborados, pero que puede garantizar un consumo a las empresas televisivas. 

Lo cierto es que durante mucho tiempo el poder del gobierno implicaba incluso controlar lo que era posible ver en la televisión y abarcaba muchos espacios de la vida, obviamente esto se ha visto trastocado, al mismo tiempo que han surgido otros poderes fácticos, tan poco inocentes como lo que lo ha representado el podrido sistema político mexicano, aunque la facilidad con la que este puede ensuciar todo sigue intacto. 

Hoy por hoy cualquier figura publica y anónima puede alzarse con insultos y palabras vulgares contra todo lo que  le represente una molestia, aunque eso sea la pobreza, el color de la piel o las filiaciones políticas.  

La libertad de expresión permite que la intolerancia tenga un público reducido, pero en aumento, y que por las condiciones en las que la economía se ha estructurado, permite que una ficción nos atrape, esa donde la polarización justifica cualquier mito de superioridad y conservación de los privilegios del grupo al que se pertenece.  


Hoy la lucha contra la desigualdad se haya secuestrada por ese discurso. 


La Pandemia no sólo nos esta matando 





Mucho se ha escrito sobre la pandemia,  pero pocas son la voces que escriben desde la pobreza, aunque en las pocas que resuenan existe un denominador común, el reconocimiento de que las políticas que los estados del tercer mundo han planteado no la toman en cuenta. ¿Cómo podrían hacerlo cuando han contemplado con un temple de hierro la muerte de familias enteras que han tenido que enfrentar la perdida de un patrimonio?  Esos gobiernos han preferido abrazar sueños de desarrollo a costa de achicar y sacrificar los ya de por si endebles sistemas de salud en la mayoría de los países de la región. 

Pero no es un problema que esté solo.  Cuando contemplamos la forma como nuestras sociedades hemos enfrentado a la COVID-19, al menos en México no podemos evitar sentir una profunda vergüenza. Acciones individuales producto de la ignorancia, se combinan con acciones planificadas por gobiernos estatales y políticos cuya ambición mayor es garantizar el poder.  

Médicos que son atacados, enfermeras bañadas en cloro, hospitales amenazados con ser incendiados por atender a los afectados, pacientes con enfermedades crónicas sin posibilidad de enfrentar esta nueva amenaza, conviven con desajustes en el reporte de enfermos, ocultamiento de casos para evitar el traslado de enfermos de un hospital sin camas a otros que sí las tienen en entidades gobernadas por partidos diferentes, falta de capacitación y material médico al personal de salud, certificados de defunción que pueden alterarse con unos 8 mil  pesos de por medio. Con todos estos sesgos ¿podemos esperar un resultado distinto a los 150, mil muertos?  Temo que no.   

La responsabilidad de un solo hombre Andrés Manuel López Obrador, es una tesis que se defiende mucho en estos días, y un debate que debería centrarse en si las acciones emprendidas fueron las adecuadas, o sí estamos ante un secuestro del discurso político que quiere utilizar una tragedia para recuperar o conservar el poder, nos perdemos en una discusión inútil. 

Los seguidores de López Obrador necesitan algo más que argumentos cargados de rencor y suspicacias cada tres minutos, eso puede ser efectivo a largo plazo (aunque las fuerzas agrupadas en MORENA les llevan muchos años de ventaja), pero en el corto, no va a cosechar simpatías.  Cada argumento contra el presidente solo  es considerado muestra de una hipocresía y de ambición, es un ataque de clase. Hoy lo peor del país se ha sumado al proyecto Obradorista, y la justificación es la misma que en el pasado: la estabilidad del país.  

  Y la oposición hoy rebasada,  tampoco va a dejar de vociferar pues tiene los recursos humanos y materiales para no solo ofrecer resistencia,  sino para ver emerger un movimiento, aunque deberán cultivar algo de lo que sin duda carecen, experiencia política, trabajo con "las bases", mezclarse con la chusma y generar una narrativa distinta a la que hoy los envuelve, mucha gente piensa que a ellos no les importa sacrificar a los pobres, tanto han invertido en diferenciarse de ellos,  que no hablan el mismo idioma, y simplemente no podrán llevar su apoyo a las urnas. 

De esta batalla nos esperan aún muchos capítulos, y lo peor es que ninguno nos ahorrará vidas, ya que los argumentos técnicos se suelen usar para descalificar las acciones del gobierno federal. 


El cubrebocas como fetiche y la temeridad del Subsecretario






"El presidente  no es una fuerza  de contagio, es una fuerza  moral", fue una declaración del subsecretario Hugo López-Gatell, que le ha costado ser cuestionado, hasta el grado de exigir su renuncia, aunque la lógica de esta respuesta parece obvia, por el contexto en el que surge, las giras del presidente  (ya que la enfermedad solo dura 14 días de los cuales el tiempo de transmisión se calcula en 11, y ciertamente la complicación de los mismos pararía por si mismo las giras, y si el presidente sobreviviera al mismo podría desarrollar inmunidad) se ha preferido politizar este argumento técnico construido con el estado del arte disponible hasta ese momento,  y usarlo para pedir la cabeza de la lucha contra el virus, el subsecretario. 

En su lucha por desacreditar a López Gatell,  todo vale incluso fetichizar una herramienta auxiliar en el contagio de la COVID-19, el cubrebocas, la actitud de Lopez Gatell hacia mismo siempre ha sido clara y refleja el acento que autoridad federal ha puesto en el combate al virus: promover la sana distancia y ampliar la capacidad hospitalaria como acciones ejes ha traído costos, pero estoy convencido de que fue el camino correcto. 

Un presidente que no usa cubrebocas,  no representa la opinión de sus autoridades sanitarias, representa a todos los mexicanos que tampoco lo hacen, no me queda clara la influencia que una acción contraria podría traer pues nuestro secretario de Educación Publica, Esteban Moctezuma Barragán que siempre lo ha usado, ha sido ignorado por la opinión publica y su ejemplo no ha bastado para que todos los actores educativos del país (los maestros por ejemplo)  asuman su ejemplo. 

También es cierto que el presidente es una fuerza moral que permite que millones de mexicanos no abracen el pánico debido a su sonrisa y actitud positiva, tampoco basta para superar esta crisis, los próximos meses serán cruciales, y ojalá encontremos un mejor camino, algo no hemos hecho, para que la gente muera menos, y eso no deberíamos ignorarlo. 



El regreso del exsecretario

En el último sexenio ha cobrado especial importancia la figura de algunos diputados y senadores que abanderan ideas liberales y dicen de man...