
La definición
conceptual de la violencia escolar ha pasado por una
evolución constante, en un primer momento se le vinculó al maltrato que los
docentes daban a los alumnos, si bien estas prácticas encontraban un fundamento
religioso y pedagógico[1] pues se
suponía que servían para, corregir a los estudiantes y encausarlos por el buen
camino, aunque el instrumento para lograrlo fuera la “vara”, estás
prácticas eran vistas a los ojos del decreto del 17 de Agosto de 1813
como contrarias al pudor a la decencia y a la dignidad[2]
y fueron prohibidas en México, sin que esto significará que las
mismas dejarán de llevarse a cabo.

La
resignificación de la violencia escolar en los años recientes ha implicado analizarla
desde otras perspectivas, no obstante, llegar a una definición de ella es un
gran problema histórico, político y social, ya que existen
muchas definiciones que Daniel Míguez y Adela Tisnes[3] clasifican
en dos grandes apartados. Aquellas que plantean una definición ampliada y
las que hacen una definición restringida: La definición restringida
limita la violencia en las escuelas a aquellos actos que vulneran el sistema
legal. La definición ampliada toma en cuenta la perspectiva de la victima
incorporando sus acepciones en lugar de restringirlas. Así nos movemos en un
escenario que pasa por las definiciones de la violencia invisible (simbólica y
estructural) la visible (aquella que es directa como la agresión
física) y que sin embargo están en discusión permanente.
Como consigna Daniela
Pastrana[4], el gobierno del Distrito Federal fue
pionero en la implementación de acciones como Mochila Segura y Sendero
Seguro, desde 2001 y 2002 respectivamente, dos programas que nacerían
separados pero que unidos forman parte integrante de lo que hoy en día
caracteriza la operatividad de los programas gubernamentales de
seguridad escolar. Cuando surgen estas propuestas la violencia
escolar es entendida como algo ajeno que ha irrumpido de pronto en el ámbito
escolar, por ello deben revisarse las mochilas y recoger lo prohibido para que
no penetre las puertas de la institución educativa, además debe dotarse a ésta
de alumbrado público y medidas de seguridad, para mantenerla apartada de todo
peligro.

Aunque en algunas
intervenciones se le comprende en relación con conductas como el maltrato
y abuso sexual de menores, el consumo de drogas entre adolescentes y la
violencia intrafamiliar[5], se nota que predomina una
especie de enfoque exógeno de la violencia escolar, donde si bien se
reconocen problemas al interior de las escuelas como que los docentes
abusen de menores, éstos son comprendidos como casos patógenos y
aislados que se deben investigar y corregir, mediante procesos
institucionales, mientras que en otras intervenciones; principalmente las que
provienen de la sociedad civil, se le verá como el reflejo de lo social,
y se buscará una intervención pedagógica y formativa. En ambos casos, es
el exterior de la escuela el que invade de pronto una especie de santuario
intocado, con una serie de prácticas que no son propiciadas por ella ni por su
estructura.
[1] Roberto González Villareal, “Historia
de una problematización: ¿Qué hay de nuevo en la violencia escolar?” X Congreso
Nacional de Investigación educativa/ área 17 Convivencia, disciplina y
Violencia en escuelas, COMIE, Septiembre 2009.
[2] Pablo Escalante Gonzalbo, Historia Mínima de la
educación en México (México: COLMEX, 2010) 89.
[3] Daniel Miguez y Adela Tisnes, et al., Violencias y
conflictos en las escuelas. (Argentina: Paídos, 2008) 17.
[4] Daniela Pastrana . “Escuela Segura”. Revista A-Z, no.
17 (2009) 47-48.
[5] Sylvia Beatriz Ortega Salazar, Marco A.
Martínez Macarro y Adrián Castelán Cedillo. “Estrategias para prevenir el
maltrato, la violencia y las adicciones en las escuelas públicas de la ciudad
de México” Revista Iberoméricana de Educación no. 38 (2005)
147-169.
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