sábado, 17 de febrero de 2018

Adiós a mi clase de teatro...







Desde 2012 me la he pasado criticando la reforma educativa, por considerarla como bien saben los que han leído mis entradas de los últimos años: punitiva, mal diseñada,  pero sobre todo selectivamente mal aplicada, al grado incluso que los que nos hemos beneficiado -sí queridos lectores en solo un año de que al fin los efectos positivos de la reforma me alcanzarán he avanzado más en mi carrera que en los últimos  diez-  nos sintamos avergonzados de presumir lo que debería ser un orgullo. 




Por la forma en que la reforma se diseño -sin un diagnóstico serio que considerará las condiciones reales de las escuelas y las estructuras educativas que garantizan su operación,  como supervisiones y unidades administrativas que controlan la adscripción de plazas- la reforma apenas empieza a impactar, pero no lo está haciendo como quisiéramos, es decir garantizando a todos los docentes un trato digno y de respeto a sus condiciones laborales.   


Desde hace casi 12 años empece a trabajar en una Secundaria Técnica de la Ciudad de México, en cuanto recibí mi nombramiento acudí a la escuela para conocerla, y llegué como supongo llegan los buenos maestros, con un portafolios lleno de emoción a enseñar lo que siempre ha sido mi pasión: la historia. Sin embargo los arreglos al interior de la escuela propiciaron que en lugar de dar historia durante muchos años, la materia que tuve que enseñar fuera teatro, ya que una maestra ocupaba las horas de historia, ¿error administrativo? ¿organización interna? Una combinación de todo, algunos años di historia, otros teatro, combinándolo con tutoría, una materia llamada Fortalecimiento de las Estrategias de Aprendizaje, poco a poco fui teniendo más horas, y todo parecía estar bien, yo era feliz pensando que servía a mi escuela y a mis alumnos lo mejor posible.




Con los años entendí que algo distinto a lo que yo pensaba ocurría y es que las escuelas están llenas de gente inexperta, con nula preparación pedagógica, y que ocupan espacios debido a mecanismos que contradicen todos los principios de la ética pero que en las costumbres caciquiles que aún plagan el sistema educativo han encontrado su manera de desarrollarse. Desde 2012 muchas plazas se han entregado de manera irregular, sin respetar las listas de prelación, los directores generales no han puesto a concurso las plazas de director ni subdirector, ocultándolas para garantizar su poder, en fin  las anomalías son innumerables y si bien han representado una disminución del poder sindical -que no su fin- las que no se han tocado son las inercias que la propia secretaria ha creado, y bueno para clarificar un poco lo dicho hasta aquí compartiré con ustedes mi caso particular. 



En 2015 luego de un proceso complejo, logré concluir el tortuoso proceso de la Evaluación del Desempeño docente -en entradas posteriores haré una síntesis del calvario que esa primera evaluación resultó. Diez profesores en total se evaluaron en mi escuela, y aunque todos salimos con un resultado bueno, no recibimos nada del proceso de evaluación, más que la tranquilidad de que el desorganizado proceso que vivimos había terminado y que nuestra plaza de base se conservaría cuatro años más.

Fue en agosto de 2017 cuando las sorpresas  e inconsistencias llegaron, primero me llamaron para ofrecerme un incremento de horas como premio de la evaluación que había realizado hacía dos años, obviamente acepté. Lo que ha pasado desde entonces es que desde las unidades administrativas más altas se ha decidido acomodarme finalmente en mi perfil.   

Entre esos cambios al fin llegó un profesor de Artes a la escuela, y al fin daré solo Historia. 




He de confesar que no he podido sino sentirme feliz de que al final, sin que yo lo pidiera, sin que tuviera que ofrecer algo a cambio, sin favores de por medio, mi trabajo ha sido reconocido y he logrado lo que solo algunos consiguen en 20 años de servicio, un incremento de horas y la regularización de su situación laboral.  

No sé que otros cambios me esperan, pues contrariamente a lo que anuncia Aurelio Nuño, falta mucho para que la reforma educativa signifique la libertad de los maestros, y pocas cosas me hacen indicar que el cambio será rápido.

Por ahora debo despedirme de mi clase y mis alumnos para ir a buscar mis sueños.  




Muchas cosas han pasado en 10 años, y cómo buen maestro de teatro vendí sueños de todo tipo, por ejemplo un alumno quería quedar bien con la que más tarde se convirtió en su esposa y me pidió que le enseñará una coreografía durante los recesos  para poder sorprender a la que era su novia y convertirse en la pareja principal. 

Busque que muchos alumnos supieran que podían lograr cosas diferentes, darles pequeños triunfos para demostrarles todas las virtudes que siempre vi en ellos, y que pudieran aferrarse a esa hermosa sensación del aplauso de aquellos que nos quieren cuando las cosas se pusieran difíciles.  No siempre lo logré, pero ahí estuvo mi intensión. 













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