Juzgar toda lucha estudiantil
como "justa", "miserable", "defensa de privilegios" o cualquier otro calificativo, es un ocioso e imposible ejercicio. Comprender la génesis de un movimiento
es algo que solo conocen los más involucrados y que muchos de los participantes apenas pueden imaginar, pues se mantiene en secreto o es un proceso de larga duración cuyo conflicto precisamente atraviesa la etapa de la movilización.
Las personas que miramos el
movimiento de fuera solo podemos ver el discurso políticamente correcto que
pretende ganar voluntades en favor de una causa, que tiene la posibilidad de
ser compartida por gente externa que puede movilizarse en su apoyo. Si bien es imposible
hacer coincidir todas las voluntades y todos los intereses, si las partes no se enfrascan en la lucha de poder la demanda publica puede ser negociable.
Estos movimientos surgen la mayoría de las veces de
manera poco espontanea, pues-y el CIDE no es la excepción-
son los catedráticos de las instituciones los que fungen como autores intelectuales
de la protesta y también como fuerza moral. Esos ingredientes, hacen que los movimientos estudiantiles en México no transciendan o tengan repercusiones más allá del breve tiempo en
que son concebidos. Ya que no
representan un interés genuinamente social, aunque sus simpatizantes digan lo contrario.
Colocar a un director espurio, no
es nuevo, intentar destruir una institución de educación superior de calidad, cualquier
cosa que eso signifique en la administración pública, tampoco.
Las formas de lograrlo las vemos
una y otra vez, se las han recetado muchas veces a las normales rurales y
urbanas, los mismos que ahora conservan el poder arropados en López Obrador. Hemos visto a Manuel Bartlett, Sylvia Ortega, Etelvina Sandoval
y funcionarios de todo tipo ahogar en el tiempo las demandas de los colectivos, instalaciones estudiantiles que duran años tomadas por estudiantes
honestos y nobles. Su receta incluye apoyo social que se va diluyendo con el tiempo, un gobierno que no
cede, y un director impuesto por una designación definida detrás
de los escritorios, pasillos, sótanos y cloacas de quienes pueden tomar
las decisiones.
Lo más interesante de este asunto,
es que si existe un gobierno que pueda dar marcha atrás con una decisión como
imponer un director, es este. Ya lo ha hecho antes, reculando en múltiples aspectos.
Sin embargo también es un gobierno proclive a la tentación de actuar como
muchos de sus funcionarios saben hacerlo,
es decir reducir su presupuesto, ir colonizando poco a poco su estructura, como
ha estado pasando, dejar de contratar a sus egresados, etc.
No sé si usted o yo amable lector debemos apoyar al CIDE, lo cierto es que debemos reconocer que los mecanismos con que se le está atacando son reprobables y a pesar de su efectividad debemos rechazarlos y denunciarlos.
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