Hoy empieza la elección en el Estado de México, la entidad más poblada del país. Es poco más del mediodía y las noticias que han llegado hasta los oídos de los votantes solo demuestran que el #PRI está intentando desplegar todos los recursos que le han permitido gobernar el Estado de México durante más de ocho décadas:
La compra de votos, la amenaza, los pactos mafiosos y la extorsión son mecanismos que han provocado no solo que se viva en el estado más inseguro del país —Ciudad Juárez ha sido desplazada por Ecatepec en feminicidios—, sino que hacen creer a la gente que no tiene opción más que seguir sumisamente los dictados de la misma mafia que nos ha gobernado por 80 años. ¿Puede haber mayor amenaza a la democracia que la indiferencia y la complicidad? La renuncia a una ciudadanía activa se debe, en parte, a una herencia de un modo de pensar en el que nos formaron muchos de sus cómplices. Pero ni aun nuestros maestros y padres pueden luchar contra el tiempo. En 2006, dejar tiradas cabezas de cerdo ensangrentadas constituía una gran amenaza; ante el terror que estamos viviendo, dicha amenaza solo provoca risa.
En los últimos once años he sentido las balas pasar frente a mí. Su ruido ensordecedor ha entumecido mis manos, pero no mi capacidad de pensar. Más miedo me daría no usar el único mecanismo institucional que tiene el pueblo: el voto. Lo que observo es que gran cantidad de personas se ha movilizado para derrocar al PRI en estas elecciones; sin embargo, el triunfo de un partido opositor no parece estar asegurado por la fragmentación del voto, que también ha sido promovida por el partido en el poder. Delfina Gómez, la maestra, la favorita de los inconformes, no ha sabido capitalizar el voto duro de la izquierda; ha enviado un mensaje errático en materia de seguridad y también sobre los derechos de las minorías sexuales, a las cuales ha dejado en segundo término. Sin embargo, nada de eso debe servir para perder la esperanza.

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