La narrativa que actualmente circula sobre México como un narcogobierno parece sacada de la más sórdida trama de las series de streaming, y es, por supuesto, una mentira malintencionada.
En nuestro país viven millones de personas que jamás han visto ni consumido una droga, que tampoco han tenido contacto con el fentanilo, excepto en alguna cirugía donde el anestesiólogo lo aplicó, ni lo tendrán. Sin embargo, existe un sector de nuestra sociedad empeñado en destruir la imagen de México. Piensan, ilusamente, que se puede ser al mismo tiempo un narcoestado y gente decente. Pero seamos realistas: una vez que esa imagen se coloque ante los ojos del mundo, no habrá vuelta atrás, y todos los mexicanos seremos vistos como nos pintan las series sobre narcotráfico.
No basta con mirar los discursos de la oposición que circulan en redes sociales; también hay que denunciar su verdadera intención desestabilizadora. Reproducen, una y otra vez, un triste espectáculo que la gente contempla con estupor, sin dimensionar las consecuencias de esos argumentos.
¿Por qué, si repiten una y otra vez que López Obrador es lo peor que le ha pasado a México, la gente no solo lo vota, sino que está contenta con su gobierno? ¿Por qué?, se pregunta la oposición una y otra vez, llenando columnas, programas de televisión y pláticas de café.
Llevan ya siete años en esta dinámica, de la que no hay marcha atrás, y que solo provoca náuseas a quienes la hemos tenido que contemplar y sufrir. Seamos realistas: muchas de esas campañas se han construido con mentiras, que además han sido muy bien explotadas por el propio régimen. Por ejemplo, se cansaron de decir que López Obrador se reelegiría como sus pares sudamericanos.
Ahora que se ha retirado, dicen que es quien manda en una especie de maximato, y que la presidenta es solo un títere. Con esta afirmación no hacen más que mostrar, una vez más, su desprecio por la Historia y por la sociedad mexicana actual, una sociedad que ya no comprenden.
Por otra parte, los sectores conservadores de Estados Unidos parecen decididos a hacer algo más que presionar a nuestro gobierno para que actúe según sus intereses. Mucha gente cree que el gobierno estadounidense se prepara para invadir México. Pero más allá de desplegar una serie de naves y barcos de combate que, al parecer, cumplen funciones de espionaje, no hay ningún signo que indique esa intención. Nuestro país es tan vasto, la concentración de población tan compleja y las consecuencias tan cercanas, que sería temerario intentarlo. Por ejemplo, la presencia mexicana en Estados Unidos: aun expulsando a un gran número de connacionales, la población mexicana en aquel país es tan numerosa que no parece un problema eludible en el corto plazo, su posible reacción ante la matanza y desestabilización que provocaría una masacre del ejercito norteamericano en Puebla o Oaxaca.
La integración con Estados Unidos nunca ha sido promovida por los mexicanos, pero todo parece indicar que ni siquiera las políticas erráticas de Trump podrán impedirla, y quizá ni siquiera retrasarla. Yo la percibo como un destino inevitable que rebasa mis deseos y todo sentido de coherencia. Supongo que, más allá de las fronteras, habrá quienes también lo vean así, aunque no reaccionen como yo, con resignación y una convicción de resignación.
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